Si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia, quien quiera oír que oiga.   Litto Nebbia (Quien quiera oír que oiga)

 

Sí. El cantautor nos dice que el vencedor escribe la historia a su real gana. Y, como bien saben mis lectores, desde este espacio me propongo confrontar a la “Historia Oficial”.

Como ya lo he hecho con María Remedios del Valle, hoy quiero resaltar la figura de un caudillo de los grandes, un hombre de ideas firmes, valiente y honesto: Ángel Vicente “El Chacho” Peñaloza.

El Chacho se erigió en uno de los principales enemigos del mitrismo, por lo que la historia oficial lo ignora, a pesar de que tenía el apoyo de los pueblos del noroeste. Ni siquiera se lo menciona. Y cuando muy excepcionalmente lo recuerdan, lo hacen considerándolo un montonero díscolo, un facineroso, expresión del atraso latinoamericano.

Doña Eulogia vaticinó: “Será varón, y varón de los grandes”, nos dice Adalberto Moderc en su libro “El Chacho Peñaloza, sarco y montonero”. Y vaya que lo fue.

Su infancia y Juventud

El Chaho Peñaloza nació el 2 de octubre de 1798 en Huaja, La Rioja. Primogénito de Juan Esteban Peñaloza y Úrsula Rivero. Sus abuelos paternos eran Nicolás Peñaloza y Melchora Agüero. Sus abuelos maternos eran Bernardo Rivero, hijo de un portugués, y Mercedes Torres. Todos miembros de familias influyentes en la zona.

Su educación en los primeros años estuvo a cargo de su tío abuelo, el sacerdote Pedro Vicente Peñaloza, quien falleció en 1801. A él se debe su apodo Chacho, acortamiento de muchacho.

 

Ana Victoria Romero

Ana Victoria Romero, mujer del Chacho Peñaloza

En 1822, a la edad de 24 años, contrajo matrimonio con Ana Victoria Romero, con la que tuvo tres hijos. Dos de ellos fallecidos al poco de nacer y  Ana María Peñaloza, quien no le dió nietos al caudillo. Además adoptaron a un huérfano, hijo de un familiar llamado Indalecio Peñaloza.

 

El caudillo

A edad temprana se integró a las filas de Juan Facundo Quiroga, tomando parte de las guerras civiles que comenzaban a dividir a unitarios y federales.

En la batalla de El Tala (octubre de 1826), donde el Tigre de los Llanos derrota a las fuerzas unitarias, Peñaloza se destaca, siendo ascendido de teniente a capitán. Allí recibe un lanzazo que le provoca una grave herida en un costado.

Poco después, en julio de 1827, interviene en “El Rincón”, donde sobresale también por su intrepidez. Acompaña también a Facundo en “La Tablada” y “Oncativo”.

Después de estas derrotas, Quiroga se marcha a Buenos Aires y el Chacho se repliega hacia La Rioja, donde mantiene una actividad semi-clandestina. En 1831, derrotó al coronel Villafañe, en Amilgaucho. Más tarde acompaña a Quiroga en su lucha frente a Lamadrid, participando en la victoria de La Ciudadela, tras la cual es designado comandante militar de una parte de los Llanos.

Alcanza por ese entonces gran prestigio entre los riojanos, no sólo en razón de su arrojo militar, sino por su preocupación por ayudar a los pobres de la zona. El caudillo montonero resulta la expresión del reclamo de los pueblos del interior, ante el hundimiento de esas economías provinciales a consecuencia de la libre importación y el monopolio de las rentas aduaneras por la provincia de Buenos Aires. Por esta razón, en 1835, al producirse el asesinato de Facundo, El Chacho surge como el representante natural de esos pueblos despojados.

Rosas ya se encuentra en el poder y ha dictado la Ley de Aduanas, pero esta política defensiva no satisface al federalismo provinciano que necesita urgentemente capitales para levantar su economía, creando fuentes de trabajo, que moderen la miseria reinante.

La negativa de Rosas a sancionar la Constitución (llamada por Quiroga “el cuadernito”), implica mantener el privilegio aduanero para los bonaerenses en detrimento del interior. Por esta razón, El Chacho y su gente se levantan en armas, tres veces, contra el Restaurador: en 1841, 1843 y 1845, aunque para ello tengan que unirse con unitarios como Lavalle.

FAcundo Quiroga

Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos

En esa época, es detenido por el caudillo sanjuanino Nazario Benavídez, Rosas solicita que se lo envíe al Chacho a Buenos Aires, pero Benavídez se niega, resguardando la vida de Peñaloza.

Por entonces, el Chacho pasa a Chile, donde sufre exilio y pobreza. “Cómo me a d’ir en Chile y de ha pie” es una frase suya que pasa a la historia como expresión del desamparo de un caudillo gaucho, alejado de su patria y sin caballo.

En la época de la separación entre Buenos Aires y la Confederación, el Chacho mantiene buenas relaciones con Urquiza, en quien encuentra una posibilidad de política nacional. El 7 de julio de 1855, Urquiza los asciende a Coronel mayor, grado que luego el Congreso eleva al rango de General.

Producido el triunfo de la Confederación en Cepeda (1859), el Chacho felicita a Urquiza: “Le ruego que admita una felicitación de este pobre campesino por el glorioso triunfo de Cepeda”. Pero, en 1861, Urquiza abandona el campo de Pavón, regalándole la victoria a Mitre.

El proyecto federalista parecía acabado, derrotado por el proyecto liberal unitario a raíz del triunfo de las fuerzas mitristas en Pavón, que  había puesto fin a la Confederación Argentina y había iniciado un proceso de reorganización nacional bajo la preeminencia de Buenos Aires.

Sin embargo, en 1862, el levantamiento del Chacho Peñaloza cuestionó al centralismo porteño. 

El ejército porteño, entre 1862 y 1865, lleva a cabo una fuerte represión en el interior, arrasando con gobiernos populares y masacrando miles de gauchos, como lo testimonian Olegario Andrade y José Hernández, en sus artículos periodísticos.

En mayo de 1862, El Chacho es derrotado en El Gigante y Las Salinas, por las fuerzas de Rivas. Luego de algunas tratativas, queda concertado el tratado de paz, llamado “de la Banderita”, que, entre otras cosas, establece el intercambio de prisioneros. Pero mientras el Chacho (“el bárbaro”) entrega soldados del ejército mitrista, Rivas (en nombre de “la civilización”) no devuelve chachistas prisioneros porque han sido fusilados.

Meses después, el Chacho comprende que no es posible la conciliación y convoca a sus hombres de nuevo, a la lucha, confiando en el apoyo de Urquiza:

“La Patria nos llama de nuevo a afianzar en nuestras provincias el imperio de la ley y las sabias instituciones que surgieron el gran día del pensamiento de mayo y se establecieron en Caseros bajo la noble dirección del héroe de Entre Ríos, Capitán General Urquiza. El viejo soldado de la patria os llama en nombre de la ley y la Nación entera para combatir y hacer desaparecer los males que aquejan a nuestra patria y para repeler con vuestros nobles esfuerzos a sus tiranos opresores”.

Entre abril y mayo de 1863, la insurrección montonera vuelve a expandirse en el interior: “Los pueblos, cansados de una dominación despótica y arbitraria, se han propuesto hacerse justicia”. En mayo, es derrotado en Lomas Blancas, reagrupando sus fuerzas en Cosquín. 

Desde allí, reclama el apoyo de Urquiza, pues Entre Ríos es la única provincia con poder económico suficiente como para aprovisionar a sus fuerzas y enfrentar, con alguna posibilidad, al poderoso ejército porteño:

“Me he puesto a la cabeza del movimiento de libertad, igual al que usted hizo el primero de mayo (de 1851), en esa heroica provincia contra la tiranía de Rosas… Este movimiento es contra otra tiranía peor que la de Rosas… Me dirijo a usted para ponerme a sus órdenes seguro de que aprobará mi conducta”.

Poco después, ya controlando Córdoba, le vuelve a escribir:

“… Nada falta sino que V.E. monte a caballo para concluir definitivamente la obra de reconquistar nuestros derechos y libertades”. Y agrega: “Nuestro elemento más necesario y escaso son las armas”.

Pero el apoyo de Entre Ríos no llega. Urquiza se preocupa cada vez más por sus negocios y ellos lo llevan a conciliar con la oligarquía porteña, traicionando a los pueblos provincianos.

El Chacho se repliega hacia Olta, en su provincia natal luego de las derrotas del 28 de junio de 1863 en “Las Playas” y del 30 de octubre del mismo año en “Caucete”.

El 10 de noviembre, le envía su última carta a Urquiza, ya desesperado, donde le reclama apoyo o en su defecto, abandonará la lucha:

“Después de repetidas veces, no he conseguido contestación alguna… En medio de esta azarosa y desigual lucha nada me desalienta…  cuanto he hecho ha sido fundado en antecedentes que V.E. me ha dado… si V.E. me dirige una contestación terminante y pronta… y si en ella se negase a lo que nos hemos propuesto, tomaré el partido de abandonar la situación… Mis hombres irán conmigo con gusto a mendigar el pan del extranjero, antes que poner la garganta en la cuchilla del enemigo”.

Por entonces se produjo en la zona de Cuyo el levantamiento del Chacho Peñaloza. Antes de lanzarse a la lucha, el Chacho le escribía al presidente Mitre:

Es por esto señor Presidente, que los pueblos, cansados de una dominación despótica y arbitraria, se han propuesto hacerse justicia, y los hombres, todos, no teniendo más ya que perder que la existencia, quieren sacrificarla más bien en el campo de batalla, defendiendo sus libertades y sus leyes y sus más caros intereses atropellados vilmente por los perjuros. Esas mismas razones y el verme rodeado de miles de argentinos que me piden exija el cumplimiento de esas promesas, me han hecho ponerme al frente de mis compatriotas y he ceñido nuevamente la espada, que había colgado después de los tratados con los agentes de V.E. No es mi propósito reaccionar al país para medrar por la influencia de las armas, ni ganar laureles que no ambiciono. Es mi deber el que me obliga a sostener los principios y corresponder hasta con el sacrificio de mi vida a la confianza depositada en mí por los pueblos”.

El gobernador Sarmiento decretó el estado de sitio y, como coronel que era, asumió personalmente la guerra contra el caudillo y lanzó la siguiente proclama:

“Conciudadanos: Peñaloza se ha quitado la máscara. Desde la estancia de Guaja, secundado por media decena de bárbaros oscuros, que han hecho su aprendizaje político en las encrucijadas de los caminos, se propone reconstruir la República sobre un plan que él ha ideado, por el modelo de Los Llanos. Bajo su dirección e impulso, estas provincias serán luego un vasto desierto, donde reinen el pillaje, la barbarie sin freno, y la montonera constituida en gobierno. No es un sistema político lo que estos bárbaros amenazan destruir. Es todo orden social, es la propiedad tan penosamente adquirida, toda esperanza de elevar a estos pueblos al goce de aquellas simples instituciones que aseguran a más de la vida, el honor, la civilización y la dignidad del hombre. Conciudadanos: Vosotros conocéis La Rioja, donde han imperado por años hombres que eran todavía algo más adelantados que Chacho. Es hoy un desierto poblado por muchedumbres que sólo el idioma adulterado conservan de pueblos cristianos. Habéoslo visto en 1833 en San Juan, incendiando inútilmente las propiedades y robando cuanto atraía sus miradas para cubrir su desnudez y saciar sus instintos rapaces. Tendráis otra vez a esas chusmas en San Juan, no sólo para robaros vuestros bienes, sino para hacerse de medios con que llevar la guerra y la desolación a otros puntos de la República. Vuestras mercaderías, vuestras mulas, vuestros caballos, vuestros ganados, vuestros trabajadores, vuestro dinero arrancado por las extorsiones y la violencia, son el elemento con que cuentan para llevar adelante sus intentos salvajes, porque mal los honraríamos con llamarlos planes de subversión. San Juan, por la cultura de sus habitantes, por la posición que ocupa en esta parte de la República, tiene algo más que hacer que defender sus hogares y su propiedad. Débelo a la patria común, a la dignidad humana, salvar la civilización amenazada por estos vergonzosos levantamientos de la parte más atrasada de la población que quisiera entregarse sin freno a sus instintos de destrucción. San Juan reducido a la barbarie, San Juan saqueado, San Juan gobernado por el Chacho y sus asociados, desaparecerá del mapa argentino el día en que se aprestaba por sus propios recursos, por su propia industria y esfuerzo, a contarse entre las provincias más adelantadas y ricas de la República. […] Conciudadanos: A las armas y que San Juan sea un ejército, un baluarte contra la barbarie, y ejemplo para todos los pueblos argentinos. Esto es lo que espera de vosotros vuestro compatriota y amigo D.F. Sarmiento”.

Los coroneles de Mitre, enviados a reprimir al pueblo riojano, no salían de su asombro sobre los niveles de miseria de aquel pueblo y valentía del Chacho y su gente: “No sé, señor, de qué palabras valerme para hacerle una descripción que pinte con bastante verdad la provincia de La Rioja y temo parecer exagerado. Bástele, señor, saber que aquí no han conocido nunca un médico y que la mujer del ex gobernador es oída como un oráculo porque es la única ‘médica’ que hay en La Rioja toda”.

Peñaloza se rindió al comandante Ricardo Vera, entregando su puñal, la última arma que le quedaba. Pero la orden de Sarmiento era que terminaran con su vida. El odio sangriento de los unitarios ha sido desde siempre la marca en el orillo de una raza de argentinos que continúa hasta hoy bajo el nombre de “liberales amantes de la república, la civilización, la ley y el orden”.

Una hora más tarde llegó Irrazábal y lo asesinó con su lanza; a continuación hizo que sus soldados lo acribillaran a balazos.

Su cabeza fue cortada y clavada en la punta de un poste en la plaza de Olta. Una de sus orejas presidió por mucho las reuniones de la clase “civilizada” de San Juan. Su esposa, Victoria Romero, fue obligada a barrer la plaza mayor de la ciudad de San Juan, atada con cadenas.

estatua el Chacho

Estatua del Chacho Peñaloza en La Rioja

Al conocer la noticia, Sarmiento, (recordemos, el autor de frases como “las ideas no se matan”) escribió al presidente Mitre.​

“No sé que pensarán de la ejecución del Chacho, yo inspirado en los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida precisamente por su forma, sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”.

A mediados del siglo XX, la provincia de La Rioja lo convertiría oficialmente en un héroe. En su facón, que se exhibe en el Museo de Historia de La Rioja, puede leerse la inscripción que definía su carácter: Naides, más que naides, y menos que naides”.

 

 

Fuentes:

El Chacho Peñaloza, Adalberto Moderc, ed.Ciccus 2015

labaldrich.com.ar

elhistoriador.com.ar

Wikipedia

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