Nuestros pueblos originarios habitaban este suelo mucho antes de la llegada de los europeos y, obviamente, de la organización del Estado Argentino. Fueron una parte importantísima en el largo proceso que en 1816 culminó con la declaración de la Independencia Argentina.
Pero aún habiendo sido respetados y reconocidos por los próceres más destacados de la gesta patriótica, tal el caso de San Martín y Belgrano, a poco de consolidarse la Nación pasaron a ser perseguidos y despojados de sus territorios, motivo por el cual varios historiadores calificaron de genocidio este accionar por parte del Estado.
Estamos hablando de distintas etnias que habitan desde hace siglos el territorio argentino, incluyendo regiones donde imperan durísimas condiciones tanto geográficas y climáticas como el Altiplano hasta la Patagonia. Estos pueblos convivieron y colaboraron con los criollos en todo el proceso de liberación de España.

Acta de la Independencia Argentina
Lo antedicho quedó plasmado en en la mismísima Declaración de Independencia del 9 de julio de 1816 que fue impresa en numerosos ejemplares, que fueron distribuidos en español, quechua y aymara. El Congreso de Tucumán había encargado también la traducción al guaraní, ya que este pueblo tenía una gran presencia en el noreste argentino y en el Paraguay. Esta traducción no llegó a imprimirse oficialmente.
El brillante antropólogo e investigador Carlos Martínez Sarasola (Buenos Aires, 1949-2018) nos cuenta:
“Durante el siglo XIX hubo algunos períodos distintivos a tener en cuenta, como el lapso entre 1810 y 1820, cuando los primeros patriotas y los grandes personajes de la Independencia como Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas y Gûemes, pensaron un país con los pueblos indígenas”. (entrevista a Télam – 2016)
Carlos Sarasola, quien ha tenido la deferencia de brindarme su amistad, y con quien he vivido largos viajes al sur argentino aprendiendo de su amplio saber, es uno de los principales investigadores de la cuestión indígena en el país, y fue autor de numerosos libros sobre el tema (con seguridad el más emblemático y usado en diversas cátedras es “Nuestros Paisanos los Indios”). Agrega Sarasola:
“A partir de 1820 comenzó a revertirse con políticas estatales encaminadas al genocidio. Salvo excepciones como la de Juan Manuel de Rosas, en algunos momentos, y períodos en los que se buscó una articulación entre criollos e indígenas con tratados y acuerdos circunstanciales”.
Es por todos conocida la propuesta presentada en el Congreso de Tucumán por Manuel Belgrano de adoptar una “monarquía atemperada”, parlamentaria, como forma de gobierno de las Provincias Unidas. Belgrano se dirige al Congreso el 6 de julio de 1816 y explica la situación que se vive en Europa: el fortalecimiento de los absolutismos y el retroceso de las ideas liberales.
La propuesta de Belgrano, inspirada en el Inca, propondría la capital en el Cuzco y la corona sería entregada a un descendiente de la “casa de los Incas”, despojada de su trono por los españoles 300 años antes.
Muy posiblemente la corona se entregaría a Juan Bautista Túpac Amaru, el hermano menor de José Gabriel Túpac Amaru, quien fuera líder del levantamiento de 1780, considerado una leyenda en la lucha de emancipación de España. Según el historiador Gabriel Di Meglio, autor del libro “Trama de la Independencia”:
“Era una idea que contaba incluso con el respaldo de Güemes, quien desde Salta había rechazado sucesivas incursiones realistas, y de San Martín, que desde Cuyo preparaba el Cruce de Los Andes”.
Por supuesto, la iniciativa de Belgrano concitó el rechazo de Buenos Aires, cuyos delegados veían en la elección de esa capital andina una eventual pérdida de la centralidad ostentada por el puerto.
Treinta años después de esa sesión en Tucumán, Tomás Manuel de Anchorena, diputado por Buenos Aires, le contó a Juan Manuel de Rosas la reacción de los representantes porteños ante la iniciativa de Belgrano.
“Nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de la idea (…) le hicimos varias observaciones a Belgrano, aunque con medida, porque vimos brillar el contento de los diputados cuicos del Alto Perú y también en otros representantes de las provincias. Tuvimos por entonces que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento”, reza la misiva escrita por Anchorena dirigida a Rosas.
El abogado Darío Rodríguez Duch, histórico defensor de habitantes mapuches de territorios ancestrales de Río Negro y Chubut en juicios contra desalojos impulsados por terratenientes, recordó que en la guerra de la independencia los pueblos originarios “también tuvieron un rol activo en favor de los revolucionarios”.
“Entre los gauchos de Güemes y los que lucharon junto a Belgrano hubo muchos indígenas. Incluso San Martín, cuando estaba a punto de cruzar los Andes, se reunió con los lonkos mapuches en Mendoza y los consultó para pasar por su territorio rumbo a Chile. Los líderes indígenas debatieron en un consejo de lonkos, lo autorizaron e hicieron de guías”.
A pesar de la afinidad de originarios y criollos aquellos no contaron con representación personal en el Congreso de 1816. Ninguno de los congresales y representantes que firmaron la Declaración fue de origen indígena. El cambio de visión política ante los originarios en la construcción de la Nación se profundizó a mediados del siglo XIX y tiene su punto de inflexión en la campaña militar a la Patagonia, la mal llamada Conquista del Desierto, entre 1878 y 1885, comandada por el general genocida Julio A. Roca.
Sólo a modo de ejemplo recordaremos un hecho totalmente invisibilizado por la historia oficial:
Lo que oculta el relato histórico oficial, a favor de los intereses de las elites criollas y terratenientes de ayer y de hoy, es que el Ejército del Norte tuvo entre sus tropas un alto grado de participación de hermanos originarios, Ocloyas, Omaguacas, Chichas, Quechuas, Kollas, Atacamas, Fiscaras, Cochinocas, Tilianes, Casabindos, Paypayas, Jujuyes, Guaranies, entre otros pueblos, con intereses y demandas concretas, sumaron honor y sangre a los sueños de Independencia y libertad americana. Muchos de ellos continúan hoy luchando contra el despojo y bregando por su autodeterminación como Pueblos libres. (fuente: elorejiverde.com)
En otra de sus grandes obras, “La Argentina de los caciques. O el país que no fue”, Sarasola sostuvo que los grandes líderes indígenas de la región pampeana y la patagónica “hasta último momento y más allá de las violencias de la época, intentaron coexistir y convivir con la nueva sociedad en formación, en la medida en que fueran respetados sus derechos. Pero el plan de Roca y de la generación del ’80, que repensó a la Argentina y culminó con la toma de sus territorios, terminó definitivamente con aquella posibilidad”.
Tanto Sarasola, como Osvaldo Bayer y Walter del Río (Universidad Nacional de Río Negro), entre muchos otros, coincidieron en definir esa campaña como un genocidio, porque además de los crímenes en combate y ejecuciones, generó campos de concentración y muerte para miles de familias completas, y destierros de hombres, mujeres y niños a Buenos Aires y otros lugares donde eran entregados como esclavos.
Sarasola también recordó que decenas de originarios, entre ellos algunos jefes y sus familias, fueron entregados al explorador y creador del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, donde fueron exhibidos en forma humillante, despojados de su cultura y terminaron muriendo.
El investigador explicó que todas estas acciones buscaron quitarles las tierras, la negación de su condición de pobladores anteriores al Estado nacional y la invisibilización de sus culturas.
Distintos Investigadores coincidieron en que este proceso de negación comenzó a revertirse recién en los años 80 del siglo XX, en sintonía con los cambios políticos producidos en toda América latina.
Sarasola señaló que “el gran punto de inflexión fue en 1992, con el quinto centenario (de la llegada de Colón a América), cuando hubo un ‘ponerse de pie’ indígena que continúa con la defensa de la conquista de derechos, el fortalecimiento identitario a través de sus cosmovisiones y espiritualidad”.
Rodríguez Duch, que es especialista en temas de derecho de los pueblos originarios, precisó que esta nueva época para estos pobladores “tuvo un hito que fue la Constitución Nacional de 1994, que en su artículo 75 inciso 17, reconoció la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos”.
“Fue el único artículo aprobado por unanimidad y aclamación. Además de emocionante fue una revolución a nivel latinoamericano y mundial”, afirmó, y agregó que en 1989 “hubo otro avance fundamental: la adhesión al Convenio 169 de la OIT (sobre sobre pueblos indígenas y tribales), que el país ratificó por ley nacional”.
Estas normas ayudaron a las luchas en los tribunales contra expulsiones ilegítimas e ilegales, a las que luego se agregaron otras (nacionales, provinciales y municipales-) que dieron comienzo a un proceso reparador en cuanto a derechos, respeto a su cosmovisión y culturas ancestrales y recuperación territorial.
Es por todos reconocido este proceso como muy destacado en Argentina, aunque en verdad es lento en relación a los intereses vitales si lo vinculamos a las necesidades sociales y defensa de los derechos humanos promovidas por las organizaciones indígenas.
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Gracias Fralo Comunicación por compartir mi nota. Muy amables