Nos cuentan una historia protagonizada por criollos o españoles. Pero, ¿Qué rol tuvieron los pueblos originarios en nuestra gesta emancipatoria?

No. No solían contarnos en la escuela que había indígenas en los cuerpos milicianos, que los pueblos originarios fueron aliados en el rechazo al invasor inglés, que en la petición del 25 de mayo de 1810 por la cual se constituyó la Primera Junta figuraban dos caciques entre un centenar de firmantes y, que el 8 de junio, la Junta convocó a los indígenas integrantes de los cuerpos de pardos y mulatos, y reunidos ante Mariano Moreno escucharon la Orden del Día que disponía su igualdad jurídica sumándolos a los regimientos de criollos sin diferencia alguna.

La revolución no es un día, sino un tiempo de transición en que “todo pudo ser posible”. Cuando buscás palabras para explicarla, te das cuenta que no cabe en un tweet o en una nota y que siempre es tiempo de seguir aprendiéndola. Para eso, no sirve un único relato, y mucho menos si excluye o desdibuja a gran parte de sus protagonistas.

A contramano de la versión Mitrista de nuestra historia, Juan Bautista Alberdi sostenía que “la revolución en América fue un momento de la revolución española” y a su vez enmarcaba el surgimiento de las Juntas en España en el proceso desatado con la Revolución Francesa.

Norberto Galasso identifica dos sectores en la burguesía de Buenos Aires y el Río de la Plata de entonces, a partir de los cuales se perfila una disputa que se proyecta hasta el presente en nuestra historia.

Por un lado, la nueva burguesía comercial, distinta a la cobijada por el comercio monopólico de las Leyes de Indias e integrada por “comerciantes que operaban al margen de las leyes, contrabandistas por lo general, cuyas posibilidades de enriquecimiento se vieron favorecidas por el debilitamiento del viejo sistema colonial”.

La alianza entre España e Inglaterra significó concesiones a los ingleses para operar en el puerto de Buenos Aires en el tráfico de esclavos y favoreció sus negocios, estimulados por la apertura del comercio establecida por Cisneros.

Es “una nueva burguesía comercial, de tendencia pro-británica, liberal, aventurera e inescrupulosa en razón de su origen ilegal, capaz de generar un Rivadavia primero, y más tarde un Mitre”.

Pero a su vez, Galasso enseña que también se fue conformando “una pequeña burguesía integrada por profesionales (abogados mayoritariamente), empleados (de comercio o de oficinas de gobierno), algunos artesanos y estudiantes que jugarían un importante papel en Mayo”.

En su mayoría hijos de españoles, se sintieron atraídos por las nuevas ideas y convirtieron su disgusto por el sofocamiento en que vivían, en reclamo de una democracia participativa como la que los franceses enarbolaron en 1789 y que los españoles trataron de levantar durante la invasión napoleónica .

En ese sector social identifica médicos, como Cosme Argerich, abogados como Castelli, Paso, Moreno, Belgrano y Chiclana; empleados como French, Berutti y Donado o sacerdotes, como el padre Grela y Aparicio.

La preocupación de Mariano Moreno por los derechos de los pueblos originarios venía de los tiempos en que hizo su práctica jurídica en Chuquisaca. La tesis de su doctorado se centró en el servicio personal de los indios, con una vigorosa denuncia de los maltratos de que eran objeto las poblaciones originarias.

Seguía la influencia del fiscal de la Audiencia de Charcas, Victorián de Villava, un defensor de los derechos indígenas, y de las ideologías emancipadoras expresadas en sucesos como la rebelión de Tupac Amaru.

En Chuquisaca, Moreno asumió la defensa de varios indios contra los abusos de sus patrones y en sus alegatos inculpó a autoridades políticas, por lo que sufrió presiones hasta decidir marchar a Buenos Aires, donde ejerció la profesión de abogado, fue nombrado relator de la Audiencia y Asesor del Cabildo, se unió a los sectores revolucionarios gestados desde las invasiones inglesas y llegó a ser secretario de la Primera Junta sin abandonar sus convicciones respecto a la necesidad de integración de los pueblos originarios.

No fue el único. Manuel Belgrano tuvo la tarea de legislar para las comunidades guaraníes que pertenecían al régimen jesuita, estableciendo que sus habitantes eran libres e iguales “a los que hemos tenido la gloria de nacer en el suelo de América” y los habilitaba para todos los empleos civiles, políticos, militares y eclesiásticos.

En 1811 la Primera Junta dispone que cada intendencia designe representantes indígenas. Conmemorando el primer aniversario de la Revolución, Juan José Castelli, tributa un homenaje a los incas en el centro sagrado de Tiwanaku, Bolivia, proclamando la unión fraternal con los indios.

Feliciano Chiclana, presidente del Triunvirato al recibir al cacique general tehuelche Quintelau, expresó la unidad con los indígenas señalándolos “amigos, compatriotas y hermanos”.

El 1 de septiembre de 1811 se sancionó el decreto en el que se definió a los indígenas “estos nuestros hermanos, que son ciertamente los hijos primogénitos de América” y extinguió el tributo que se les imponía desde la conquista.

Fue sancionado por la Asamblea General del año 1813, que además abolió la mita, la encomienda, el yanaconazgo y todo servicio personal, declarando que los indígenas son hombres libres e iguales a todos los demás ciudadanos, ordenando además que el documento se publicara “en los idiomas guaraní, quechua y aymará para la común inteligencia”.

Mariano Moreno moriría en alta mar, sin nunca leer las diez amorosas cartas que le escribiera su mujer Guadalupe Cuenca, quien rehuyó la imposición de ser monja para casarse con él a los 15 años en Chuquisaca.

Alguien puede decir que la Revolución es como un barco que no consiguió llegar a puerto. Prefiero pensar que, como el río, sigue su marcha y no se detiene nunca.

Jorge De Lalama
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